El Señalador

La forense

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Marisa Grinstein / Editorial Sudamericana
Como psicóloga forense, ella decide si un detenido va a parar a la cárcel o al psiquiátrico, si tiene conciencia de sus actos o es inimputable. Pero acaba de ser sancionada con una licencia de un año, prorrogable en función de nuevos tests y análisis, a los que no podrá negarse. “Ya no puedo atender en el consultorio ni hacer peritajes. Y si abro bien los ojos, me doy cuenta de que ya no puedo levantarme un tipo ni tener hijos. Soy casi una abuela, pero sin pantuflas ni nietos ni marido ni jubilación. Soy como era cuando estudiaba en la facultad, pero con treinta años más. Hice miles de cosas, tengo una carrera, una casa y una hija adulta, pero sigo a la deriva.” ¿Qué hacer con el tiempo libre, durante el retiro forzoso y angustiante, para aplacar la ansiedad que produce el pensar en la decadencia física, la enfermedad y la soledad? Nada mejor que ocuparse abriendo una agencia de servicio doméstico, y así darles un empleo a sus ex pacientes, mujeres con una educación precaria, que ya trabajan en el rubro o no trabajan en absoluto, o ejercen la prostitución o salen a robar. Ella tiene colegas y compañeros con el poder adquisitivo suficiente para contratarlas. Todo cierra.

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