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Compartimos la interesante nota de Carlos Sacchetto, donde a través un análisis detallado de los últimos sucesos de la realidad política del país, el autor sostiene que el tiempo sigue jugando a favor del Gobierno

No había terminado el jueves pasado la reunión en la Federación Marítima, Portuaria y de la Industria Naval, cuando uno de los integrantes del Consejo Directivo de la CGT digitó en su celular el número del ministro de Trabajo. “Decíle al Presidente que no se preocupe, la calentura es controlable y pateamos todo para marzo. Pero inventen algo, muévanse”, fue el mensaje claro y directo del sindicalista. Jorge Triaca agradeció, y en menos de un minuto Mauricio Macri estaba informado.

Cuando finalizó el encuentro cegetista, el triunvirato que ejerce la conducción anunció que habrá una movilización el 7 de marzo al Ministerio de la Producción, que se convocará a un paro general de 12 horas todavía sin fecha, y que la central obrera abandonará la Mesa de Diálogo que se constituyó el año pasado con el Gobierno y las principales cámaras empresarias. De esas tres acciones, ninguna está definitivamente confirmada en su realización.

El paro está en el aire, la ruptura del diálogo fue relativizada a las pocas horas por los propios dirigentes, y la movilización encontró el viernes, a raíz de una decisión judicial, un escollo que deberá ser ahora analizado. Para el mismo 7 de marzo fue citada a indagatoria Cristina Fernández de Kirchner y sus dos hijos en la causa Los Sauces, en la que se investiga a la expresidenta y su familia por los delitos de cohecho y lavado de dinero.

En principio, a la cúpula de la CGT no le gusta que la marcha por reclamos gremiales se haga el mismo día, porque especulan que hay sectores que podrían confundirla con una expresión de apoyo a la exmandataria. Como resumen, tras la primera reunión del año la central obrera dio una respuesta tibia disfrazada de enérgica a sus bases más reclamantes, y el Gobierno tiene por delante más de un mes para negociar y desactivar las protestas.

 

Otro panorama
Ganar tiempo ha sido una de las virtudes de la administración Macri desde que asumió. Bajo la promesa de que la situación va a ir mejorando de a poco, la sociedad y distintas expresiones de intereses sectoriales han extendido su paciencia y acompañado con tolerancia el proceso de ajustes que se presentó como inevitable. Esa pacífica respuesta social, sólo alterada por piquetes ruidosos con marcada repercusión mediática en la Ciudad de Buenos Aires, fue creando en los funcionarios de la Casa Rosada y en el propio Presidente un optimismo infaltable en cada declaración pública, pese a que los resultados no han sido hasta ahora los esperados.

Iniciado el segundo mes del año, los miembros más encumbrados del Gobierno le han agregado al optimismo cierta tranquilidad que hasta ahora no tenían. Se basan en que por fin están apareciendo algunos de los famosos brotes verdes de la economía, a la que ya ven encaminada hacia una paulatina recuperación. Afirman que el empleo dejó de caer en términos estructurales, a la vez que reconocen que sectores empresarios no han puesto buena voluntad para cumplir aquel compromiso de evitar despidos que acordaron con la CGT.

Los números macro que por estos días muestra el Ministerio de Hacienda, y las proyecciones sobre la inversión y el resultado de la cosecha, renuevan la esperanza de que este año se transite hacia el crecimiento de la economía. No es poco para un Gobierno que tiene las elecciones parlamentarias a la vista, y debe enfrentar muy seguido las consecuencias de sus propias desinteligencias políticas en la coalición que lo sostiene. El respaldo que le dio al Presidente a principios de la semana la Unión Cívica Radical, descomprimió, aunque no del todo, las tensiones internas.

 

Error político
Si el Gobierno ha tenido la habilidad de ganar tiempo el año que pasó, la oposición no ha hecho otra cosa que perderlo. La actitud del kirchnerismo, que no ha logrado en todo este período superar el trauma de la derrota electoral y la pérdida del poder, ha sido la de responder de manera negativa y agresiva ante cada acción del oficialismo, en vez de sumergirse en la autocrítica y desde allí volver a convertirse en una alternativa. Los errores de estrategia política de una conducción que ejerce a medias la viuda de Kirchner, tienen a la vez el efecto de alejar cada vez más a los sectores moderados del peronismo.

Los intentos de unificación en esa fuerza han venido fracasando de modo sistemático y ese es en términos políticos un negocio redondo para Cambiemos. El gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, uno de los dirigentes territoriales del peronismo que se proyecta hacia la renovación partidaria, ya sentenció que será muy difícil que el peronismo vaya unido en las elecciones de este año. Primero, porque no hay consensos internos mayoritarios, y segundo porque en cada provincia las modalidades electorales y posibles alianzas son muy diversas. El desafío quedará entonces para 2019.

Urtubey no es el único con ese pensamiento. Sergio Massa, que aspira a sumar de manera orgánica tropa peronista a su Frente Renovador, encuentra muchas dificultades para hacerlo en una provincia como la de Buenos Aires, que es estratégica en el mapa electoral. El conflicto entre el kirchnerismo duro y los sectores peronistas que quieren favorecer la gobernabilidad está lejos de resolverse y llevará todavía un largo tiempo.

Es el tiempo que sigue jugando a favor del Gobierno, mientras se espera que los vientos de la reactivación económica soplen con mayor intensidad. Ahí comenzaría otra historia.

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