Destacadas
DATA NACIONAL. ENCUENTRO PAPAL, MARCHA DEL GOBIERNO E INTERNAS
La relación del Papa y Macri. Balance electoral: la herencia y lo que viene. La interna también acecha al Gobierno. Algo de la semana política nacional
(…) Macri le debía agradecimiento al Papa por el papel de la Iglesia en la suspensión del paro que iba a decidir la CGT. Y el Papa podía reconocerle al Presidente la convocatoria al diálogo con empresarios y sindicatos, de algún modo semejante al pacto social que impulsan los obispos. Pero había más que eso, relatan ahora los hombres que conocen la actualidad de Francisco.
El Papa –dicen estas fuentes seguras– le reconoce al gobierno de Macri su preocupación social, básicamente por el mantenimiento y ampliación de los planes de ayuda que había dejado Cristina. Sin que los dramas de la brecha social estén solucionados, ni muchísimo menos, esta constatación que el Papa hizo a través de la información que le giran a diario desde la Argentina, también allanó el camino.
Otro factor a tener en cuenta: personas de confianza de Francisco le comentaron tiempo atrás que en ambientes de la comunidad católica argentina había cierta decepción, cuando no desagrado, por aquella fría recepción a Macri en febrero. Se había marcado –le dijeron– un claro contraste con las efusiones de las anteriores visitas de Cristina. Al Papa le habrían preocupado sinceramente esas derivaciones indeseadas del primer encuentro con el Presidente.
Estas consideraciones no impiden que esos viajeros frecuentes al Vaticano sugieran que desde Santa Marta estarían viendo a muchos obispos argentinos como demasiado macristas. La contracara serían, siempre según esa semblanza indirecta, los casi cuarenta obispos que ya nombró Francisco en el país, a quienes consideraría más comprometidos en su acción por los pobres y excluidos.
En este contexto, el Papa había decidido a mediados de año actuar de modo inequívoco para encauzar la relación con el Gobierno. Esperaba gestos recíprocos que se produjeron de modo evidente y oportuno. El llamado a silencio de Jaime Durán Barba fue el más notorio.
Antes de dejar su puesto de vocero del Vaticano en junio, el padre Federico Lombardi había marcado la nueva directiva: dijo que el Papa hablaba por sí mismo y que nadie podía arrogarse su representación. En clave argentina, fue la desautorización de quienes venían jugando en tierra de nadie, aprovechando la cercanía con el Papa, para venderse como transmisores de su pensamiento. Lo que hacían en verdad era aprovechar aquella proximidad para beneficio político propio, operando contra el gobierno de Macri.
En esta línea, fuentes de contacto permanente con el Vaticano aseguran que se enfrió la relación de Francisco con el legislador Gustavo Vera, después de algunos desbordes y excesiva exposición de este político amigo del Papa.
En noviembre estarán en el Vaticano las mayores organizaciones sociales argentinas: el Movimiento Evita-CTEP, la Corriente Clasista Combativa y Barrios de Pie. Entre ellos irá un preferido del Papa, el dirigente Juan Grabois, nombrado consultor del Pontificio Consejo de Justicia y Paz. Participarán con representantes de unos 75 países del Encuentro Mundial de Movimientos Populares.
Desde el principio, y al final de cuentas, Francisco es Papa para todos.
(…) En pocos días más se cumplirá un año de la jornada que cambió el rumbo de la política argentina. La primera vuelta electoral del 25 de octubre eclipsó el camino de Daniel Scioli, a pesar de haberle dado el triunfo, y alumbró a un Mauricio Macri que a partir de ese momento supo que sería presidente, no obstante haber obtenido el 34% de los votos, su electorado genuino. Después el ballottage le terminó de otorgar al líder de Cambiemos la compleja responsabilidad de suceder a Cristina Kirchner. Le permitió ganar la elección y marcar el fin de una era. Pero no le garantizó todo el poder necesario para impulsar el inicio de una nueva etapa. Desde entonces, Macri se encuentra embarcado en esa conquista.
El primer plan que diseñó se basó en un modelo de resurgimiento por contraste. Optimista, imaginó que el cambio de clima que provocaría su llegada a la Casa Rosada y la transformación del modo de conducción serían tan profundos que alcanzarían para reactivar inmediatamente la economía, terminar de definir las incertidumbres políticas que dejó el estrecho margen del resultado electoral y retribuir la expectativa social. De algún modo proyectó que el poder que no había terminado de galvanizar en las urnas lo obtendría por la vía de una rápida recuperación productiva. No esperaba resultados mágicos, pero sí una clara tendencia ascendente que le permitiera llenar de datos objetivos su discurso de comparación con el pasado kirchnerista y plantear que el futuro que prometió en la campaña ya era parte del presente. “La ilusión de Macri en los primeros meses era arrasar por el repunte económico”, admite un hombre de consulta del Gobierno. Pero ese plan falló.
Después de un inicio de gestión en el que pudo exhibir importantes logros como el “doble exit” del cepo y del default, las nuevas reglas de juego de la economía nunca lograron generar un dinamismo auténtico y constante. Las inversiones llegaron en dosis y el consumo se retrajo. “Me tienen cansado con los brotes verdes”, bramó el Presidente hace pocos días, ávido de noticias más robustas sobre la botánica económica. Lo fastidia el mero “optimismo” sobre las perspectivas futuras que los empresarios volvieron a exponer esta semana en el Coloquio de IDEA. Entiende que a estas alturas de su mandato ese término encubre un exceso de vacilación.
Cuentan en el entorno de Macri que también se acentuó su disgusto con el gabinete porque percibe limitaciones en la gestión, sobre todo en las áreas vinculadas a la producción. “No puede ser todo de largo plazo, la gente tiene que percibir mejoras desde ahora”, fue la demanda que transmitió.
El Presidente recibió sondeos de septiembre que marcan que su imagen personal está en el punto más bajo desde que asumió. Pero eso no es un problema porque todavía tiene un 58% de percepción positiva, un indicador muy elevado si se contemplan las duras medidas que adoptó. Los factores que más inciden en ese indicador son los vinculados con la capacidad de consumo, el empleo y la inflación, todas variables económicas. Por suerte para el Gobierno, la política de seguridad impacta mucho menos, aunque haya aumentado su importancia en el último mes y medio. Es el rubro peor evaluado de la gestión, con un diferencial de -40 entre la consideración positiva y la negativa.
Sin embargo, lo que más le preocupa a Macri es otro dato: descendió del 70% al 57% la proporción de los encuestados que dicen “voy a estar mejor”. Es decir, empezó a tener filtraciones el tanque de la expectativa, la variable que mejor manejó el oficialismo desde que asumió. El infierno del pasado se va diluyendo progresivamente en el recuerdo y el paraíso del futuro aún no amanece en el horizonte.
(…) En su viaje a la turística Semana Argentina en el Vaticano con actos, empanadas, canonizaciones, fútbol y abultadas presencias (salvo la forzada ausencia del jefe de Gabinete, Marcos Peña, al que consideran cismático como a su mentor, Jaime Duran Barba, como si entre los dos sumaran cien gramos de Lutero), Macri reconocía lo tortuoso de convivir con los propios más que con los ajenos. Puede entender a los tiburones por el bono salarial, el reclamo de organizaciones sociales postergadas, hasta el interés empresarial por un tipo de cambio más alto, pero le cuesta absorber la fronda de su entorno, las salvajes rivalidades de su equipo –aunque él, en Socma, siempre alentaba esas discrepancias–, el terremoto Elisa Carrió o las extravagantes aspiraciones de los radicales.
Hasta se desalienta con el incordio de su mesa chica, ya menos influyente y dispersa: Carlos Grosso ofrece un humor de género que no cae bien en el núcleo Awada, Nicolás Caputo dice que tampoco agrada por ser el único critico en el dócil universo del “sí, Mauricio”, y Ernesto Sanz casi ni asiste a las deliberaciones. Más tensa vida transcurre en el gabinete económico, con celos y divergencias entre la estrella Prat-Gay, el técnico Sturzenegger y otros profesionales de la vieja guardia macrista. Obvio: pelean, echan culpas; a pesar de las refriegas, los números no dan.
Aunque fuera una reparación necesaria en lo personal, en lo político tampoco se agradece la vuelta de Gómez Centurión a la Aduana. Sólo confirma la chapucería de su desplazamiento por orden del Presidente. Ahora Elisa Carrió, quien reivindicó al ex militar, lo vive como un triunfo, pero fue la mano de un juez la que facilitó el regreso: siempre es buena una Justicia amigable, aun para un gobierno que se solaza acusando de corruptos a la mayoría de los magistrados.
No se sabe si Gómez Centurión volverá con sus procedimientos estilo Elliot Ness, si conservará la asistencia de operadores enemistados con Macri o si habrá aprendido a no tocar cables inconvenientes, como él mismo confesó cuando lo despidieron.
Seguramente debe haberse graduado en ductilidad –recordar que desapareció de escena cuando le prometieron la reincorporación– y en consecuencia dormirán tranquilos personajes como su verdugo Patricia Bullrich, Stiuso, Majdalani, empresarios de aeropuertos y depósitos fiscales, dueños de laboratorios, radicales de primera línea, la barra brava de Boca y hasta Daniel Angelici, quien se fue de vacaciones para no asistir al homenaje a Bianchi en solidaridad con Mauricio.
Como la rebelión ética del radicalismo, que se queja para requerir más cargos en el Gobierno: no les alcanzan los casi 300 cargos que obtuvo Sanz en la negociación. Exigen otra cuota, como si hubieran ganado, y no reconocen que los últimos nueve embajadores que designó Malcorra –por señalar un ejemplo– son, como la señora y su esposo, afiliados en la centenaria UCR. Bestias de mar que, sumadas al peronismo voraz, muerden al pez espada que Macri intenta arrastrar a la costa. Hay riesgo de que no quede nada, como en la novela de Papa.